Crítica de Una batalla tras otra

Crítica de Una batalla tras otra

Un descarrilamiento hacia ninguna parte que no funciona como sátira, película o entretenimiento

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Al parecer estoy equivocado, la crítica es (casi) unánime y esta es una de las películas del año. Pero esta es mi casa y Una batalla tras otra un sueño febril hacia ninguna parte, una especie de sátira surrealista que no funciona por tantas cosas, que enumerarlas es tan agotador como las casi tres horas de película.

Una batalla tras otra cuenta la historia de un grupo de revolucionarios fallidos y perdedores, un comentario hecho con brocha demasiado gorda y ridícula sobre la situación en Estados Unidos. Que si es crítica, el absurdo extravagante sin gracia la devora y no se te queda, y si es al surrealismo a lo que juegas, me temo que Anderson no es Berlanga.

Al parecer, la película está basada en un libro de Thomas Pinchon, escritor fetiche de quienes se quieren hacer pasar por alguien mejor que tú. Y no sé cómo será el libro, pero como ocurría la semana pasada con Ya no quedan junglas, no me quedan ganas de leerlo tras esto. Una de las principales razones es que ya sales agotado de casi tres horas de ruido y de confundir el movimiento con acción.

Y el delirio está genial, ojo, está bien que Anderson haga lo que le dé la gana, pero debe tener algo atrayente y no los balbuceos e incoherencias de esos diálogos y secuencias. No dudo que parte de culpa en dichos diálogos chirriantes la tendrá el doblaje, que habrá sido complicado, y quizá DiCaprio lo borde o algo así, pero madre mía.

La mezcla de mil cosas que acaba embarrada

Cuando era pequeño jugaba peligrosamente a mezclar líquidos que encontraba por ahí y no dudo que alguna lesión cerebral me quedara, pero lo que siempre quedaba en la botella era un líquido de color marrón negruzco por demasiadas cosas mezcladas que no deberían estar juntas.

Aquí pasa lo mismo.

La película comienza contando la historia de un grupo revolucionario y parece que estás viendo un Tarantino de saldo con los diálogos, los fetiches, los tacos y los nombres. Pero Anderson no es Tarantino y pasamos a un tipo de historia que Hollywood parece que solamente sabe desarrollar de la manera más previsible y aburrida: padre soltero con hija.

Lo visto mil veces y demasiado mal ejecutado como para que te importe la relación y, por tanto, he aquí el gran pecado, la emoción que se supone que mueve la película y los personajes.

Porque esta se mueve, eso desde luego, en una serie de secuencias a cada cual más tonta en la que el padre busca a su hija, teniendo como comparsas a una serie de personajes a cada cual más incoherente. Al menos, Benicio del Toro parece pasar por allí ajeno a todo y comprendiendo la gran tontería en la que está metido.

Ocurren cosas, pero casi ninguna importa. Salen mil personajes, pero tampoco. Mención especial a la futilidad de las monjas y a la escopeta fallida de Chekov que se marcan, o a los cambios de humor y opinión (sin que nada los propicie) de los personajes, como el indio rastreador.

Al final no son más que excusas para mostrar el producto de un sueño febril protagonizado por caricaturas, especialmente, la de Sean Penn, que precisan constantes Deus ex Machina para continuar el sinsentido (la abogada, la enfermera, el indio rastreador…).

Y yo no sé si Anderson se ha leído los cómics de Predicador de Garth Ennis y le han flipado, pero intenta el mismo tipo de sátira, con personajes calcados (como los Amigos de la Navidad o como se llamen), pero en vez de homenaje le sale insulto.

De nuevo mención especial a Penn cuando vuelve con la cara deformada tras el disparo de escopeta (oh, sí, perdón, spoiler, y si yo fuera Ennis igual demandaba por plagio). En fin, esa escena es otra muestra de la enorme cantidad de paja y futilidad que hay en tres interminables horas de tortura. ¿Qué sentido tiene la escena final de Penn saliendo de nuevo cuando tienes la esperanza de que al menos te has librado de alguien? No aporta absolutamente nada y, lo que es peor, deshace lo anterior, donde Penn se pasa días persiguiendo de manera obsesiva a la hija pero, al parecer, semanas o meses después todo vuelve al punto de partida, padre e hija están en la misma puñetera casa del principio y, al parecer, Penn, que sabe que no ha cumplido con su obsesión, parece dejarles en paz, igual que el resto de antagonistas.

Con lo cual, volvemos al punto de partida y nada de lo ocurrido ha importado, así que es difícil que me importe a mí.

Surrealista, pero no para bien, igual que otros aspectos, como la música. Porque cuando hablaba de tortura no era a la ligera, la «música» es una constante cacofonía de piano que apenas se va durante unos instantes y que mancha todo: diálogos, escenas… En lugar de aportar distrae, porque es un chirrido insoportable, un tocar la tecla que no toca… todo el puto rato, por si el resto de cosas no eran ya un tour de force de tu paciencia.

Como sátira se queda en ópera bufa descafeinada. Está claro que reírse de los poderosos es un arma, pero todo es tan grueso y sin sentido, que el disparo pasa metros por encima de la diana.

Bah, no merece hablar más, especialmente del clímax con esa «persecución» a 60 por hora y esa capacidad mágica del amigo de la Navidad para estar donde toca, aunque sea imposible que lo sepa. No pasa nada si no tiene sentido, nada lo tiene y a partir de ahí la historia juega con tus ilusiones de que se acaba, pero mete más y más escenas que deshacen lo anterior, como la Penn o DiCaprio y su hija en la casa del principio ¿viviendo de nuevo tan tranquilos? En fin.

Esta es la película que el cinéfilo de turno te dirá que es genial, pero es un billete de tres euros, un timo como un piano igual que el que no deja de ponerte de los nervios todo el rato.

LO MEJOR

Quizá Benicio del Toro, que pasaba por allí, y el hecho de que Anderson, al menos, hace lo que quiere. Una pena sea esto.

LO PEOR

Casi todo, porque no le sale la parodia y Anderson no es Berlanga, pero mención especial a la irritante y constante cacofonía de piano y bongo que no para un segundo hasta sacarte de tus casillas y de lo que estás viendo.