Crítica de Una batalla tras otra
Un descarrilamiento hacia ninguna parte que no funciona como sátira, película o entretenimiento
Una película de género criminal del montón, demasiado derivativa para resultar interesante.
Calificación: ⭐⭐
Bala perdida es una película de género negro basada en una novela que, al parecer, pisa por las tierra del género pulp. Pero sobre todo es una historia olvidable, cuyos cambios bruscos de tono, premisas inverosímiles y giros vistos a la legua, hacen difícil que la disfrutes.
O peor, que la recuerdes.
Dirige Darren Aronofski, pero como si fuera cualquier otro, porque está ahí para poner la mano y hacer lo mínimo, bebiendo para mal de fuentes como Tarantino o Guy Ritchie, pero quedándose a medio y sin estilo propio.
La película cuenta una historia típica de criminales en busca de dinero y venganza, cuando un punk interpretado por Matt Smith, y que trabaja para delincuentes, tiene que marcharse unos días de urgencia.
Eso provoca un enredo tan poco interesante como el resto de elementos de la película.
Para empezar, porque al parecer, tiene tiempo de dejarle el gato al vecino, pero no de explicar a sus patrones lo que ocurre y que, en realidad, no está robando, solo se marcha a ver a su padre moribundo en Londres.
A partir de ahí, una historia de equívocos en la que todos, desde policías corruptos hasta mafiosos de diverso pelaje, van tras el dinero y el protagonista, interpretado por un Austin Butler que supongo que hace lo que puede con lo que le han dado, pero no es mucho. Su papel es el de típico perdedor con encanto, pero este es insuficiente y el único rasgo de profundidad se basa en ser la eterna promesa incumplida de instituto por culpa de un accidente.
Algo que, como el resto de elementos de la película, solo hemos visto trece millones de veces.
Cuando una historia no tiene demasiadas virtudes o no te mete emocionalmente, es difícil abstraerse y suspender la incredulidad sobre los sucesos y detalles que, en este caso, chirrían demasiado y te sacan de cualquier disfrute.
Aparte de que Matt Smith no haga esa llamada para explicar lo ocurrido, presenciamos hechos como que a Austin Butler le extirpen un riñón por una paliza, pero dos días después corre, salta y bebe como un cosaco sin consecuencia alguna.
Que si el tono fuera de exageración, cachondeo y cómic, pues bueno, pero de repente, lo que parece una historia gamberra de truhanes y mafiosos gira hacia callejones oscuros con la ejecución de la novia, por ejemplo, interpretada por una Zoe Kravitz que demuestra que el nepotismo sigue tan sano como siempre.
Esos cambios de tono se producen porque, para intentar entretener, y dado que la historia y su planteamiento no dan para mucho, meten con calzador supuestos acontecimientos chocantes, a ver si así producen alguna emoción, aunque sea un instante.
Misión fallida que solo consigue que no sepas bien a qué juega la película, pero sobre todo, distorsiona las emociones. ¿Tengo que tomármelo en serio cuando al parecer ni los personajes lo hacen? ¿Es esto violencia a lo Tarantino con tono pulp o algo más? Porque para eso me tienes que poner personajes que no sean una caricatura.
Así, no sabes bien a qué atenerte y la película tampoco con sus mezclas de humor y drama que enturbian el guiso. Finalmente, la historia trata de ir a demasiados sitios, pero como suele suceder en esos casos, se queda en ninguno y tú con ella, naufragando sin viento en una mediocridad que no pueden salvar el estilo ni la ambientación, que es lo más salvable, por cierto, reflejando con acierto el Nueva York de finales de los 90.
Ni qué decir tiene que añadir más personajes supuestamente coloridos, pero absolutamente exentos de originalidad o carisma, como los mafiosos judíos o el delincuente interpretado por Bad Bunny, es echar más especias a un guiso donde el problema es que falta lo principal.
Y navegamos más de cien minutos por la mediocridad más insulsa hasta el final que esperas desde el minuto uno, paseando por unos giros (giro, más bien) telegrafiados a kilómetros.
Mediocre y derivativa.