Crítica de Lo que aprendí de mi pingüino

Crítica de Lo que aprendí de mi pingüino

Película que se queda a medias de todo lo que intenta. No está mal, pero resulta demasiado simplona y edulcorada.

Calificación: ⭐⭐

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Lo que aprendí de mi pingüino es una película del género olvidable, que quizá no es lo mejor que se pueda decir de una historia, pero tampoco se puede calificar de mala. Lo que ocurre es que me resultó simplona y con demasiado edulcorante por encima, de esa sacarina que deja un regusto extraño.

Situada en los inicios de la dictadura argentina de los 70, cuenta la historia de un profesor inglés de inglés en colegio pijo y bien privado, cuyos muros, hechos de dinero, lo protegen de lo que ocurre afuera.

Basada en las memorias de Tom Michell, el profesor protagonista, cuenta una historia que habrás visto mil veces en melodramas varios de sobremesa.

Solitario y adusto, Michell vagabundea dando clases por el continente americano hasta aterrizar en el colegio argentino. Se ve a la legua que es un huraño de buen corazón y, gracias al pingüino, que rescata solo para impresionar a una mujer, irá saliendo de su cascarón, conectando con el mundo, desvelando lo que le ocurre e incluso atreviéndose a no ponerse totalmente de perfil en la situación que vive Argentina y los abusos de la dictadura.

El problema de la simplicidad

Esta clase de películas no buscan rascarte la cabeza, sino el corazón, pero de manera superficial con trucos más sobados que los pechos de la estatua de Molly Malone que vi en Dublín.

El pingüino es encantador, hace cuatro gracias y lo arregla todo: la soledad del profesor, la dureza del director, el acoso entre los alumnos, treinta minutos con él y quizá Videla convocaba elecciones… Y para eso, solo tiene que batir las alas, pasear de forma graciosa y todos los problemas del mundo arreglados.

Que no me parece mal, pero me resulta demasiado sencillo y aburrido, el horrible libro de autoayuda que siempre ves en la lista de los más vendidos.

El tratamiento de la dictadura y lo que provoca no está mal, pero de nuevo volvemos a la simplicidad superficial, donde se arregla una cosa y parece que se arreglan todas. No profundiza y tampoco lo esperas de una película así, es solo un recurso excusa para el cambio del personaje principal y que descubra que su indiferencia es en realidad cobardía, haciendo algo al respecto.

Todo lo escabroso se omite y solo ves el resultado final, como la paliza al profesor o el estupor de la chica secuestrada por el régimen, cuando la devuelven gracias a que algunos padres ricos interceden. Pero todo de pasada, las cicatrices de la paliza desaparecen enseguida y a la chica la vemos de lejos y poco más.

Todo eso, en un final acorde con la película, intento de baratillo para que sueltes una lágrima tramposa, pero que resulta incapaz de despertar un sentimiento si no es con trucos.

En realidad, no está tan mal, pero no sé a qué juega y por todos los sitios a los que va lo hace nadando muy en la superficie como para que te impliques en algo.

Supongo que es ese rollo feel good puesto encima de un tema ponzoñoso como una venda en una herida infectada, o esa sacarina vieja a puñados en un plato amargo.

Supongo que la desconexión emocional por los tópicos y los intentos tramposos de conmover hizo que aburriera más de lo normal.

LO MEJOR

Se deja ver, comparada con muchas que me como, no está mal.

LO PEOR

Que se te va a olvidar tan rápido como vino, melodrama de sobremesa edulcorado que tira de pingüino mágico para arreglar todo.